En este artículo mis reflexiones las centro en el amor y la educación como fundamentos de la escuela inclusiva. Un amor sin adjetivos, basado en el respeto al otro como legítimo otro en la convivencia. Es un modo de vida que se inicia en la confianza desde la edad más temprana. Más aun, el amor es un acto de confianza. La confianza es el fundamento de nuestra convivencia. Los seres humanos nos enfermamos en un ambiente de desconfianza, manipulación e instrumentalización de las relaciones. La ausencia de amor nos deshumaniza. Vivimos en un mundo en el que se habla mucho del amor pero lo negamos, continuamente, en nuestros comportamientos y acciones. Vivimos inmersos en la cultura patriarcal. El amor, en dicha cultura, es considerado como un bien inalcanzable o, acaso, una ilusión o una esperanza. Sin embargo, debemos recuperar la vida matrística de la infancia, viviendo en el amor, amando. Es decir, respetando a las personas como legítimas personas en su diferencia, independientemente del hándicap, del género, de la etnia, religión o procedencia, en la convivencia. Sólo en el respeto y en el reconocimiento de las personas como personas radica el sentido de lo humano. Lo que constituye al ser humano como tal es la dimensión social y no lo genético. La genética es la condición inicial, es un punto de partida, no de llegada. Somos lo que somos gracias a las oportunidades que hemos tenido y no a los genes. Ahora bien, lo más humano del ser humano es desvivirse por otro ser humano y en este desvivir surge el valor ético de la educación. Por tanto, hablar de inclusión es hablar de justicia y, parece lógico, que para construir una sociedad justa sea necesario desarrollar modelos educativos equitativos que afronten con justicia los desequilibrios existentes en la misma. Para ello es imprescindible que los responsables de las políticas educativas, el profesorado y los investigadores contraigamos el compromiso moral de orientar el conjunto de la educación hacia la equidad. El concepto de equidad añade precisión al concepto de igualdad al atender a la singularidad y a la diversidad humana en su diferencia. Nuestro compromiso ético es buscar un nuevo proyecto educativo que nos permita aprender a convivir como una oportunidad para la libertad y la equidad. Saber cuáles son las barreras que impiden el aprendizaje y la participación de algunas niñas y de algunos niños en el aula, es, precisamente, el compromiso ético del discurso de la cultura de la diversidad. Para poder construir esa escuela sin exclusiones son necesarias culturas inclusivas, políticas inclusivas y prácticas pedagógicas inclusivas. Con las prácticas pedagógicas simples no se puede lograr una escuela sin exclusiones. Se hace necesaria una pedagogía más compleja donde las personas y las culturas diferentes puedan "aprender a aprender" . Nosotros, como hemos apuntado anteriormente, lo venimos haciendo en el Proyecto Roma a través de lo que denominamos proyectos de investigación , que son un modo de aprender a aprender en cooperación.