En casi todas partes, la educación de los jóvenes en lo que se denomina una "sociedad pluralista" constituye un problema. Por "sociedad pluralista" se entiende una sociedad formada por muchas culturas, creencias religiosas o valores diferentes. El problema es que la educación necesita basarse en valores compartidos, cierto consenso sobre lo que merece la pena ser aprendido, una cultura común y creencias que la sociedad no cuestiona. Pero, con la movilidad masiva de gentes a lo largo del mundo, tales valores y creencias compartidas empiezan a cuestionarse. Por ejemplo, hay ahora zonas de Gran Bretaña en las que una buena parte de la comunidad no es cristiana, o en cuyas escuelas hay niños cuya lengua materna no es el inglés. ¿Como se puede alzar una cultura común -por ejemplo, en lo que se refiere a la literatura o a la historia- donde tal cultura común no existe? La pregunta implica ciertos principios previos, ¿Qué significa educar a las personas? ¿Qué cosas valiosas deben aprender los jóvenes, dados esos fundamentales cambios sociales? ¿Cuál es la forma valiosa de vida en la que todos -por encima de su origen social o étnico, creencias religiosas, etc.- deberían ser invitados a participar? Estas cuestiones están inevitablemente unidas a aquellas otras acerca de lo que significa ser persona y ser bueno como persona -no sólo como alguien que es económicamente útil. En el centro del currículo escolar debería haber una exploración de cuestiones tales como: ¿qué hace de los sujetos seres humanos? ¿cómo han llegado a serlo? ¿cómo se colabora a ello? Sin duda, la enseñanza de la literatura, la historia, el arte, la religión -en sus mejores sentidos- se refiere precisamente a la contestación a dichas preguntas. En una sociedad pluralista, tales exploraciones necesitan basarse en una mayor variedad de respuestas (en diferentes literaturas y tradiciones religiosas). Pero ello implica la obligación de tolerar una diversidad de respuestas.