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La industria siderúrgica necesita reducir drásticamente su huella de carbono para asegurar el bienestar social, económico y medioambiental de nuestra sociedad en el futuro [1]. En el año 2020, por cada tonelada de acero producido, se emitieron 1,85 toneladas de gas dióxido de carbono (CO2), lo que supone alrededor del 8% de las emisiones de CO2 en todo el mundo [2]. Esto se debe al uso extendido de la ruta del alto horno convertidor (de aquí en adelante referida como BF-BOF, del inglés blast furnace-basic oxygen furnace), que supone un 71 % de la producción mundial de acero y se basa en una tecnología dependiente del consumo de combustibles fósiles. Para alcanzar los objetivos fijados desde el Acuerdo de Paris (2015), la Unión Europea (UE) lidera el cambio hacia la neutralidad climática impulsando el uso eficiente de recursos, las energías renovables y la movilidad limpia [3].