Las imágenes ocupan diferentes posiciones y roles en las prácticas y en el pensamiento historiográfico. Tan diferentes que, ante la revisión de los presupuestos, sobreentendidos y hábitos, sobreviene inevitablemente la sospecha de si subyacen en ellos la iconoclasia o la iconodulia. Esa polaridad depara no solo antagonismo sino también paradojas, tanto frente a la consideración de las fuentes y los recursos puestos en juego (enfoques, categorías, métodos) como frente a la valoración y al estatuto otorgado a aquellas más sutiles acciones de prefiguración e imaginación. Las imágenes circulan –según perspectivas más generales– desde los ámbitos más “interiores” como son el imaginario y la posibilidad cognoscitiva (Wunenburger, 1995; Lízcano, 2009) a aquellos en los que “se dejan ver” (Debray, 1992).Frecuentemente están, sobre nuestra mesa de trabajo, imágenes como registro, documento, testimonio, objeto material, ejemplo, monumento, memoria, vestigio, reliquia, ícono, objeto artístico, pieza gráfica, indicio, representación, referencia, símbolo, emblema, entre otras categorías que se aplican deliberadamente o que –fuera de toda previsión– se hacen presentes, nos interpelan o al menos nos obligan a interpelar aquello que miramos. Leemos con facilidad imágenes codificadas; abstraemos mediante aquellas esquemáticas; proponemos otras reconstruidas; las hacemos conjeturales y argumentamos con imágenes diagramáticas, tal como señalan los trabajos de Edward Tufte (2001 y 1997) o James Elkins (2007).Los estudios sobre la imagen alimentaron desde las últimas décadas del siglo pasado nuevos objetos de estudio, nuevos repertorios y repartos de saber en los que aquellos ámbitos de circulación mencionados propiciaron acentos, definiciones y temporalidades, difiriendo en consecuencia los sentidos de los enunciados producidos.Sentidos de la imagen, tal el título de este conjunto de artículos, implica la pluralidad de acepciones que comprende el término: percepción, significado, direc